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El trabajo.
El trabajo. Eso fue el principio del fin. Todo mi negocio se centra en excéntricos clientes, así que nunca se me pasó por la cabeza decirle que no a ese extraño. Vino con un encargo de lo más curioso, pero no iba a rechazar su dinero, así que le di el gusto a ese cobarde. Incluso trajo consigo un cristal de potencia personalizado para que lo usara en el gólem. Esto tendría que haberme alertado de que algo iba mal, pero piezas gratis son piezas gratis, sobre todo si aún puedo cobrarle el precio íntegro del encargo. Pero juro que no tenía ni idea de la maldad a la que estaba contribuyendo, porque de haberlo sabido hubiera parado la fabricación inmediatamente o al mneos haber incorporado más medidas de seguridad. Así me pasé semanas enteras trabajando para acabar lo que mi orgullo me decía podía ser mi gran obra maestra. Pero en mi momento de grandeza, esa obra se convirtió en mi perdición.
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